jueves, 24 de julio de 2014

La revolución copernicana en astrología


Al comienzo de su Tetrabiblos nos advierte Ptolomeo que no hemos de esperar de esta obra sobre el arte conjetural de la astrología la certeza y seguridad de las demostraciones astronómicas contenidas en su Almagesto. La que el propio Ptolomeo consideraba como la parte más firme del edificio que levantó resistió heroicamente durante quince siglos como doctrina astronómica oficial en Occidente, hasta que, finalmente, se derrumbó ante las acometidas del De revolutionibus orbium coelestium copernicano. La aparatosidad de los epiciclos ptolemaicos que, pese a no existir, proporcionaban predicciones bastante conformes con la realidad, llegó a tal punto que hizo afirmar a Domenico da Novara que ningún sistema tan complicado podía existir realmente en la naturaleza.

Más de cuatro siglos y medio después de que los astrónomos abandonaran la parte más sólida de la doctrina ptolemaica, la mayoría de los astrólogos continúan todavía aferrados a su parte más débil, a pesar de que ésta se apoyaba directamente sobre el mástil abatido. Basados en la idea de que lo que cuenta es el lugar de nacimiento y cómo se percibe el universo desde ahí, desdeñan la realidad de los movimientos celestes en favor de las apariencias. En efecto, los astrólogos tienen razón en que el lugar de nacimiento cuenta, pero no es lo único que cuenta, ni siquiera lo que más cuenta, si exceptuamos los factores estrictamente geocéntricos, como la Luna, o topocéntricos, como el ascendente. Sólo un materialismo bastante burdo nos puede llevar a creer que la posición en el espacio del organismo físico sea tan decisiva. Únicamente para los asuntos relacionados con la percepción sensorial, la ubicación de esos órganos de los sentidos es definitiva. Pero nadie sostendría seriamente que los efectos astrológicos se producen por la incidencia de los planetas sobre los sentidos, pues por lo general ni los vemos ni tenemos la menor idea de dónde están (mucho menos un recién nacido que ni siquiera sabe que existen). Nuestro modo de sintonizar con los estados cósmicos es, definitivamente, extrasensorial. Además, los paises tienen cartas astrales, pero no órganos de los sentidos ni ubicación local puntual; es decir, el "cuerpo" de un país, su extensión total, no sirve para determinar un grado ascendente, porque a lo largo de esa extensión pueden estar ascendiendo en un momento dado varios signos completos. Para poder fijar el ascendente de una nación se busca un centro, el lugar donde se ha tomado la decisión o donde se ha firmado el acta de independencia. Nuestro sistema solar tiene un centro, el Sol. ¿Por qué no pensar que desde ahí puedan tomarse "decisiones" o registrarse estados que afecten a la totalidad del sistema? Algunos astrólogos se han preguntado esto y han experimentado con cartas heliocéntricas; por ejemplo, Michael Erlewine o Dane Rudhyar.

Por lo que respecta a las condiciones inmediatas de la subjetividad, el punto de vista del observador no debe ser pasado por alto*
* En realidad, los que insisten en defender las cartas geocéntricas sobre la base de que el individuo ha nacido en la Tierra y no en el Sol y que lo que cuenta es cómo se ven las cosas desde el lugar de nacimiento, incurren inmediatamente en varias inconsecuencias. Calculan las posiciones planetarias para el centro de la Tierra, no para el lugar de la superficie en que nació el nativo (la diferencia no es muy grande en general, pero la Luna puede cambiar de grado y hasta de signo). Los aspectos realmente visibles desde el lugar de nacimiento son los aspectos mundanos, que dependen de la posición relativa de los planetas dentro de las casas que ocupan; sin embargo estos aspectos suelen ignorarse en favor de los aspectos eclípticos, que no son realmente visibles, sino sólo matemáticamente calculables de nuevo desde el centro de la Tierra.
pero si queremos entender la verdadera naturaleza de una situación tendremos que localizar las fuerzas objetivas que la generan. Si caminamos hacia el Este por la cubierta de un barco que se dirige hacia el Oeste a una velocidad superior a la nuestra, el resultado es que nuestro cuerpo se desplaza hacia el Oeste, por más que nos parezca lo contrario. Y si hacia el Oeste nos aguardan condiciones naturales adversas, capaces de hacer zozobrar el barco, nuestra corta expedición hacia el Este no nos salvará de ellas. Un aspecto heliocéntrico no percibido como tal desde un punto de vista geocéntrico no dejará, por ello, de tener sus efectos en la Tierra, dado que ésta forma parte integrante de un sistema, el solar, que no lo es sólo de nombre. El Sol es el corazón de nuestro sistema solar. Si el corazón de un organismo
viviente falla, todos los órganos se verán colapsados. Si el hígado de un enfermo cardíaco pudiese expresarse tal vez dijera: "desde mi punto de vista todo está bien, me siento sano, no veo de qué preocuparse". Ese sería el punto de vista del observador que ha olvidado que forma parte de un sistema. El Sol, como centro natural de nuestro sistema, es el mejor de todos los lugares posibles para informarnos del estado general del mismo, en un momento dado. De alguna manera, conforme a lo que Miguel García ha llamado "propiedad holográfica**
** Miguel García, "Naturaleza holográfica de la impronta natal", en Suite Armónica, Cuadernos de Investigación Astrológica, nº 6. Ramses Ediciones, 1997.
el mensaje acerca del estado general del sistema se transmite a todas y cada una de sus partes. La forma en que sintonizamos con ese estado general sigue siendo un misterio, pero cada vez disponemos de más datos para poder afirmar que esa sintonía es una realidad. Los seres humanos nacidos en la Tierra se comportan, en muchos asuntos decisivos, con arreglo a los aspectos planetarios que tendrían si hubiesen nacido en el mismo momento en que lo hicieron, pero no en la Tierra sino en el Sol.

Aunque las cartas heliocéntricas están ya incorporadas en la mayor parte de los programas informáticos profesionales de astrología, siguen siendo muy pocos los que las utilizan y menos aún quienes las consideran algo más que una curiosidad, acaso útil para añadir algún matiz secundario a la interpretación. Por otra parte, no hay uniformidad respecto al concepto mismo de lo que es una carta heliocéntrica, qué debe registrarse en ella y cómo debe utilizarse. Desde las posiciones más “puristas” se considera que un mapa heliocéntrico sólo debe contener la configuración de aspectos de los planetas, sin referencia alguna ni a casas ni a signos del zodíaco. En efecto, el Ascendente, el M.C. y las demás cúspides de las casas dependen estrictamente del lugar de la superficie terrestre en el que se produce un nacimiento y de cómo “se ven” las cosas desde ahí, no desde el Sol. Y en cuanto al zodíaco tropical, es también de naturaleza “terrestre”, ya que depende del punto vernal, es decir, de la relación entre el plano de la órbita y el eje de inclinación terrestres. Por tanto, o bien se adopta un zodíaco sideral o se prescinde de toda referencia zodiacal. Lo único que queda para interpretar son los aspectos. No se debe mezclar esta información con la que procede de la carta geocéntrica.

En el extremo opuesto se sitúa, por ejemplo, la astróloga norteamericana T. Patrick Davis***
*** T. Patrick Davis, Revolutionizing Astrology with Heliocentric, Davis research reports, Florida, 1980
cuyas cartas heliocéntricas constituyen un totum revolutum donde aparecen mezcladas las posiciones heliocéntricas y geocéntricas de los planetas, incluyendo la Luna y sus nodos, junto con los ángulos y las cúspides de las casas, todo ello sobre el trasfondo del zodíaco tropical. Si la posición heliocéntrica de Mercurio, medida sobre el zodíaco tropical, es, por ejemplo, 25º de Géminis y en ese mismo grado se encuentra el Ascendente (sobre el horizonte local) Patrick Davis interpretará esto del mismo modo que si Mercurio geocéntrico estuviera en el Ascendente. Y si, a la vez, Mercurio geocéntrico se encuentra a 25º de Piscis, Patrick Davis procederá sin rubor a interpretar esta cuadratura de Mercurio geocéntrico con Mercurio heliocéntrico como si se tratara de dos Mercurios geocéntricos ocupando simultáneamente dos grados diferentes de la carta.

Entre ambos extremos se dan diversas posiciones intermedias, como, por ejemplo, la de Rudhyar, que sustituye las casas locales terrestres por un sistema de ocho casas iguales contadas desde la posición heliocéntrica de la Tierra. En sentido estricto, la división del espacio que adopta Rudhyar no es propiamente un sistema de casas, sino un armónico 1 de base 8 con punto de origen arbitrario****
**** Entendemos aquí por ‘base’ el número de sectores de igual tamaño pero diferente cualidad en que es dividido el círculo en un armónico dado. Para efectuar el cálculo de un armónico, dividimos el círculo por un número entero de partes; este número es el armónico. Pero luego subdividimos cada parte en 12 sectores (los signos); ésta es la base. Cuando se usa el zodíaco tropical en el cálculo de armónicos, la base es 12; pero si subdividimos cada parte en un número entero de sectores de igual tamaño distinto de 12, entonces estaremos usando otra base, denominada por ese mismo número entero.
 Mi propia posición al respecto ha evolucionado desde una inicial simpatía hacia el enfoque purista, aparentemente más “limpio” y “racional”, hasta el reconocimiento de que las cosas funcionan realmente –a despecho de presunciones teóricas- de un modo mucho más parecido a como supone Patrick Davis. No obstante, creo que la carta heliocéntrica debe ser examinada primero por sí misma, sin mezcla de posiciones geocéntricas que oscurezcan el panorama, para proceder más tarde al análisis de
los aspectos cruzados entre ambas cartas y las referencias domales indirectas.

El uso del zodíaco tropical como referente básico para situar las posiciones heliocéntricas de los planetas da muy buenos resultados en el trabajo con direcciones armónicas, aunque no estoy en condiciones de explicar por qué. Es verdad que las configuraciones de aspectos en los distintos armónicos son las mismas con independencia de si usamos un zodíaco tropical, uno sideral o un punto de origen arbitrario. Pero una conjunción armónica, por ejemplo, no se dará en el mismo grado usando un zodíaco que usando otro. Aquí es donde el zodíaco tropical utilizado con posiciones natales heliocéntricas muestra su eficacia y su superioridad sobre otros posibles sistemas de referencia. Pues cuando, por direcciones armónicas, se produce una de estas conjunciones heliocéntricas, su efecto es considerablemente mayor cuando su posición en el zodíaco tropical coincide con la ocupada por un planeta o punto sensible de la carta natal, aunque sea geocéntrica. Después de todo, el
zodíaco tropical no es otra cosa que la órbita aparente del Sol en torno a la Tierra, que, vista desde el Sol, es la propia órbita de la Tierra. Lo que parece funcionar mejor es, pues, esta especie de carta geoheliocéntrica, que admite aspectos cruzados y referencias domales mixtas.

De todas formas, la astrología heliocéntrica se sigue abriendo paso sólo muy lentamente. Esto se debe, entre otras cosas, a la inexistencia de una tradición astrológica heliocéntrica que desanima a algunos de los que intentan incursionar en esta materia. La falta de referencias bibliográficas obliga a escoger
entre trasladar a grosso modo los esquemas de interpretación de ciclos geocéntricos a los ciclos heliocéntricos o emprender un exhaustivo trabajo de investigación, prolongado y difícil. La primera opción entraña ciertos riesgos, pues puede darse el caso de que con el cambio de punto de vista se modifiquen también algunos de los efectos atribuidos a los planetas; además, hay que hacer un sitio a la Tierra como un planeta más a interpretar, junto con sus aspectos, y en esto la tradición geocéntrica no nos auxilia. Si a estas dificultades añadimos el hecho cierto de que casi la totalidad de la literatura astrológica que se produce actualmente es de orientación geocéntrica y que, como es lógico, cualquier persona interesada en astrología permanece atenta a las publicaciones que la atañen, poco tiempo le va a quedar para fijar su mente en planteamientos alternativos. Además, la inexistencia de efemérides heliocéntricas restringe seriamente las posibilidades de experimentar con técnicas de prognosis, desde este punto de vista. Otra razón que puede haber contribuido algo al desinterés por las cartas heliocéntricas es la crítica apriorística que les hace Gouchon en su Diccionario de Astrología. En síntesis, viene a decirnos que todo aspecto entre dos planetas puede convertirse en otro cualquiera con sólo cambiar el punto de vista; es decir, para cualquier distancia angular geocéntrica entre dos planetas que sea considerada aspecto, siempre habrá una serie de lugares en el espacio a los que podríamos trasladarnos para que, vistos desde allí, configuren cada uno de los aspectos restantes. Gouchon parece entender que semejante relativismo diluiría la astrología en la nada, y esto le parece razón suficiente para descartar el heliocentrismo sin necesidad de contrastaciones empíricas. Sorprende esta actitud en un autor que en las demás cuestiones críticas de la astrología recurre, siempre que le es posible, a comprobaciones estadísticas para medir la plausibilidad de las distintas opciones.

Los heliocentristas, sin embargo, no sostienen que cualquier punto imaginario del espacio sea válido para usarlo como referente de una carta astral. Por el contrario, señalan la importancia del Sol, como centro natural del sistema, en torno al cual giran realmente los planetas, como si estuviesen unidos a él por ejes similares a los radios de una rueda. La medida angular entre dos de estos ejes, que siguen la dirección natural de emanación de los rayos solares, define el aspecto entre los planetas correspondientes. Estos son "verdaderos aspectos" en más de un sentido: lumínico, dinámico, ondulatorio, gravitacional y cíclico. Por comparación con ellos, los aspectos geocéntricos son meramente "aparentes", o, a lo sumo, efectos derivados semejantes a reflejos o juegos indirectos de luces y sombras. Por supuesto, para aquellos aspectos que involucren al Sol, la Luna o el ascendente, el punto de vista geocéntrico es el más natural y el único eficaz. La extraordinaria importancia de estos tres factores, unida a la escasa diferencia entre las posiciones geocéntricas y heliocéntricas de los planetas lentos y semilentos, serían suficientes razones para dotar a la carta geocéntrica de un importante grado de eficacia, aun en el caso de que los "aspectos aparentes" no fuesen operativos.

Así pues, los aspectos meramente geocéntricos vienen a ser como las sombras de la caverna de Platón*****
***** En el libro VII de La República, Platón narra un mito que simboliza la condición humana o el estado del alma mientras permanece encerrada en un cuerpo. Describe a unos extraños prisioneros, encadenados en el interior de una caverna desde su nacimiento, sin poder mover la cabeza ni mirar a otra parte que no sea la pared del fondo de la caverna. Detrás de ellos hay un muro y, más atrás, un fuego. Entre el muro y el fuego hay un pasillo por el cual circulan unos porteadores cargados de diferentes objetos. Las sombras de estos objetos son proyectadas por el fuego en la pared del fondo de la cueva, y los prisioneros, que en toda su vida no han visto más que esas sombras, las toman por la auténtica realidad.
Los prisioneros de la caverna viven en función de esas sombras, responden a ellas y las toman por la única realidad. Pero si alguno logra liberarse de sus condicionamientos y salir al exterior podrá ver el fuego (el Sol) y las figuras reales (las figuras de aspectos heliocéntricos), absorto en la maravilla, la riqueza y la precisión del nuevo panorama que se le ofrece.

Este mito platónico puede resultar un tanto exagerado, y no más convincente que una retahíla de bellas palabras poéticas. En todo caso, si tiene o no consecuencias observables sólo por medios experimentales puede decidirse. A este respecto es importante recordar las investigaciones de John H. Nelson******
****** Los trabajos de Nelson son frecuentemente citados en la literatura astrológica con la intención de presentar un apoyo experimental para la tradicional teoría de los aspectos. Sin embargo, pese a que este estudio respalda tan sólo la eficacia de los aspectos heliocéntricos , la mayoría de los astrólogos que lo mencionan siguen trabajando exclusivamente con aspectos geocéntricos, sobre los que Nelson no encontró nada. De modo parecido, se invocan con frecuencia las estadísticas de Gauquelin como apoyo de la teoría astrológica de la domificación y de la importancia de los ángulos de la carta. Pero lo que Gauquelin demostró en realidad es que los planetas en casas cadentes son más fuertes que en casas angulares, que es todo lo contrario de lo que mantiene al respecto la tradición astrológica. En ambos casos, parece que el único interés de ciertos astrólogos es enarbolar por un momento la bandera del método científico para acallar las voces críticas de los escépticos, esgrimiendo con vehemencia los datos experimentales, pero ignorando de hecho la sustancia misma de estos trabajos y los puntos en que compromete o modifica la tradición, tratando de hacer creer que están así más legitimados a seguir haciendo “lo de siempre” con la cabeza un poco más alta.
en el campo de la ingeniería de emisiones de onda ultracortas. Nelson descubrió experimentalmente que las perturbaciones en las transmisiones de radio se producen con más frecuencia e intensidad cuando hay planetas formando ángulos heliocéntricos de la serie del 4 (90, 180, 270 y 360 grados), a los que añadió más tarde los de 45°. Por el contrario, estas perturbaciones se reducen si los ángulos heliocéntricos de los planetas son de 60, 120, 240 ó 300 grados (sextiles y trigonos), a los que más tarde añadió los de 30° y 15°. Es verdad que una investigación sobre el comportamiento de las ondas de radio y su dependencia de las condiciones heliocéntricas no aporta gran cosa al conocimiento de posibles efectos en términos de vivencias o decisiones humanas. Para eso hemos de recurrir a estudios estadísticos de naturaleza propiamente astrológica.

Una limitación que podría achacarse a las cartas heliocéntricas es que individualizan menos que las cartas geocéntricas. Al no disponer de casas ni de cuerpos de movimiento tan rápido como la Luna, dos nacimientos separados unas pocas horas entre sí producen cartas heliocéntricas prácticamente idénticas. De esta circunstancia podemos obtener también alguna ventaja. Estudiando conjuntamente cartas heliocéntricas y geocéntricas de dos personas con nacimientos próximos en el tiempo, podremos evaluar mejor las similitudes y diferencias entre ambas, en función de lo que comparten -condiciones generales- y lo que no -condiciones específicas. Por otra parte, un ciclo como el de Venus y Mercurio, que en perspectiva geocéntrica sólo ofrece un rango de aspectos limitado por la obligada proximidad de ambos al Sol, es completo como ciclo heliocéntrico, presenta toda la gama de aspectos posibles; en ese sentido, este ciclo heliocéntrico individualiza más que su correlato geocéntrico. Otra ventaja de los ciclos heliocéntricos es que no plantean problemas de definición; pueden describirse como el conjunto de distancias angulares comprendidas entre dos conjunciones sucesivas. En los ciclos geocéntricos, las retrogradaciones provocan que se den tres o incluso cinco conjunciones dentro de un mismo ciclo, lo que además complica el cálculo de los valores esperados en investigaciones estadísticas. Obviamente, los primeros son mucho más naturales.

© Julián García Vara

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